27/11/07

EL DESARROLLO

Acaban de invitarme a participar como script doctor en un importante taller de desarrollo de proyectos cinematográficos. Mi trabajo, a priori, será sencillo: recibir un tratamiento que envía una productora y/o un guionista; analizarlo en profundidad; y reunirme durante tres o cuatro días consecutivos con el guionista y el productor para ofrecerles mi punto de vista profesional sobre el desarrollo. Aclararles dudas, sugerirles formas de sacarle partido al material, avisarles de posibles problemas: tramas previsibles, personajes poco interesantes, estructuras fallidas...

Me pagarán bien; habrá proyectos a priori interesantes; y la iniciativa, sobre el papel, parece encomiable: proporcionar a guionistas y productores un análisis externo de sus contenidos, a un precio más que razonable.

Sin embargo, cada vez tengo más dudas sobre la verdadera utilidad de estos talleres. ¿Realmente sirven para implementar las capacidades del material argumental? Es decir, ¿ese material argumental realmente necesita una exploración en profundidad? ¿O simplemente necesita, en fin... ser escrito en forma de guión?

Por definición, en la fase del argumento hay aún muchas cuestiones por resolver, que quizá deban ser resueltas en la cabeza del guionista. En ese rincón oscuro y desconocido incluso para él, en el que se fraguan esos destellos que hacen única una película. No buena ni mala, sólo única.

Quizá haya temas que, simplemente, es mejor no tratar en voz alta durante la fase del argumento. Porque el ser humano, y aquí empiezo con la psicología de café, tiende a mostrarse correcto cuando se le piden statements. Mientras que en la intimidad de la creación artística, es más fácil mostrarse salvaje. Uno no se autocensura a la una y media de la madrugada, escribiendo en mitad de un silencio sepulcral. Pero a las 9.45 a.m., en una oficina de moqueta y fluorescentes, vestido y calzado y respetando pulcramente la prohibición de fumar... es mucho más fácil tomar decisiones convencionales, correctas, normales. Es mucho más fácil dejarse llevar por la peor de las tentaciones para un creador: la tentación de ser un buen chico, el vicio de hacer lo que uno cree que se espera de él.

Ésa es mi gran duda: ¿acaso estas miradas indiscretas, entomológicas, objetivas y frías como la de un tasador, no sirven sobre todo para estandarizar, para contener los bríos creativos y atarlos con las tranquilizadoras riendas de las estructuras clásicas? Es decir, independientemente de la calidad y la brillantez de las propuestas que surjan durante el taller, ¿no está todo el proceso teñido de la intención de controlar el material, de hacerlo inteligible? ¿No son, acaso, las ideas más moderadas las que suelen triunfar?

Y lo hacen, únicamente, porque son las más fácilmente expresables de manera dialéctica. Mi problema es que yo concibo el arte como un medio de expresar ideas no susceptibles de ser formuladas de manera lógica. De sacar a la luz dilemas morales que no pueden resolverse con la mera intervención de la dialéctica.

Es la diferencia entre Princesas y Sed de Mal, por hacer una comparación loca. Princesas trata de que las prostitutas también tienen su corazoncito. Es una idea tan simple y ramplona que ha dado lugar a una especie de telemovie de arte y ensayo: una mutación horripilante.

Sed de Mal, por su parte, plantea un interrogante muy complicado de contestar honestamente: ¿es realmente reprobable utilizar pruebas falsas para incriminar a un asesino que, de otra manera, escaparía impune?

Mi tesis es que Sed de Mal no sobreviviría a una sesión de desarrollo como éstas. Gracias a Dios, Princesas tampoco. Pero no nos quedemos en este ejemplo concreto. Lo que me preocupa es, por un lado, pensar que de este tipo de talleres puedan salir películas uniformadas, estandarizadas, con el traje planchado y el pelo bien cortado, todas igual. Y por otra parte, que esa corrección en la etiqueta sea confundida por la industria como una marca de calidad o, peor aún, de cierta garantía de éxito.

Porque así, poco a poco, se pierde el interés por encontrar el diamante en bruto, la película única, la aguja en el pajar. Y se considera un éxito el mero cumplimiento de una serie de normas básicas de la poética. Normas que, tal y como yo las entiendo, no por ciertas deberían considerarse más que un mero punto de partida, y desde luego nunca un fin en sí mismas.

Ojalá me equivoque.


(Publicado originalmente el 22.11.2007)

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