31/7/07

CRÍTICOS

(Publicado originalmente el 3.1.2006)


Imaginemos a un tipo que cuelga una diana en un árbol solitario en mitad del páramo. Luego, toma un dardo –uno solo- y echa a caminar alejándose de la diana. Camina y camina...

Cuando ya está a quinientos metros de la diana, se detiene. Se da la vuelta, encarando el árbol solitario, y traza una línea en el suelo. Retrocede dos pasos, preparándose para disparar el dardo... ¡Con la mano!

A su alrededor, un montón de gente le contempla con desconcierto. Nadie entiende qué pretende el tipo del dardo. Está claro que dar en la diana es imposible. Entonces, ¿qué va a hacer…? Todos le miran expectantes (todos menos uno: un crítico de cine, que busca a su alrededor con la vista, mientras piensa: ¿dónde estarán los malditos canapés?).

Pero volvamos junto al tipo del dardo. Se ha separado unos pasos de la línea: necesita carrerilla. El tipo fija su vista en la diana, que la mayor parte de la gente ni siquiera es capaz de ver; levanta el brazo, toma impulso, da una corta carrera hacia la línea y... Lanza el dardo con todas sus fuerzas.

La gente corre hacia la diana, deseando ver el resultado. Es curioso, porque todos estaban convencidos de que era imposible, pero el mero intento ha despertado su curiosidad.

Y lo crean o no, cuando alcanzan la diana, comprueban que el tipo ha acertado en el maldito centro. La reacción del público es un silencio sobrecogedor: no tienen palabras ante una hazaña tan descomunal. Sólo se oye una voz, a lo lejos... La gente se gira hacia el lugar desde donde el tipo disparó. ¿Quién grita?

Es el crítico, naturalmente, que se ha negado a mezclarse con la multitud. ¿Y qué está gritando? La gente, inexplicablemente, aguza el oído para escucharlo. Por fin distinguen sus palabras. El crítico está gritando:
¡Ha pisado la línea!

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