31/7/07

TORRENTE

(Publicado originalmente el 17.3.2006)


El otro día se montó un pollo cuando dije delante de unos amigos cinéfilos que Torrente III era el único título que merecía el Premio Goya a la Mejor Película de 2005. Voy a intentar explicarlo, sin frenesí etílico de por medio –ajeno, claro-; y sin que nadie me interrumpa para rasgarse las vestiduras.

El cine español está en crisis. Hasta aquí llegamos todos, ¿no? La naturaleza de esta crisis es doble, a mi modo de ver: financiera y creativa.

Crisis financiera, por el destacado lugar que ocupa el dinero público en la financiación de una película. Sin subvenciones y sin televisiones –que invierten obligadas, o sea: subvencionan-, el 90% de los proyectos se quedan en eso: en proyectos.

Crisis creativa, por el tipo de producto ultraconservador que impone ese modelo financiero: donde no hay iniciativa privada, no hay riesgo. No hay nada más conservador que un mecenas. Sólo le interesan las obras que le representen. Y el más conservador y manipulador de los mecenas es el Estado.

La crisis financiera provoca falta de competitividad, marketing negligente, y lo que suelen provocar las políticas de subvención: pan para hoy y hambre para mañana. La crisis creativa produce un divorcio con el público, y el rechazo del espectador hacia la propia cultura: españoladas no, gracias.

¿El resultado? Hipocresía. El discurso sociopolítico del cine español y de sus agentes económicos es asquerosamente hipócrita:

-No hacemos buenas películas, pero hacemos cultura. ¿Qué prefieren? ¿Cultura aburrida o diversión inculta? Y antes de decidir, recuerden que las películas españolas las pagan ustedes con sus impuestos.

Como espectadores, estamos dispuestos a tragarnos películas que no nos entretienen, que no nos gustan; pero que satisfacen mínimamente nuestro sentido de corrección política. Que nos permiten decir: éste es el tipo de películas que la sociedad necesita (y yo no soy tan gilipollas pagando estas obras con mis impuestos, porque al menos no son inmorales).

Voy a tomar como ejemplo Princesas, aunque muchos de los razonamientos podrían extrapolarse a cualquiera de las otras nominadas. Quien va a ver Obaba sabe que es una adaptación de una gran obra de Bernardo Atxaga, lo que le otorga automáticamente el beneficio de la duda. Quien acude a ver 7 Vírgenes es consciente de la importancia social de su discurso, de lo mal que lo pasan los chavales marginados. La Vida Secreta de las Palabras apela a la humanidad del público de una manera muy agresiva. Parece que si no te gusta esta historia, eres un insensible.

Seamos serios, Princesas no es una buena película:

• ¿Qué hace Candela Peña de prostituta? Su familia tiene dinero, no tiene deudas ni chulos que la obliguen, y no le gusta. ¿Por qué no lo deja?
• ¿Qué absurdo juego de palabras es ése de llamar Caye a una prostituta? Hace la calle y se llama Caye. Parece un verso de un cantautor subnormal.
• ¿De dónde sale esa peluquería donde todas las clientas son putas, sólo hablan de cosas de putas, y tienen enfrente una plaza donde trabajan –oh, sorpresa- más putas?

No es sólo que no sea una buena película. Es que, como cine social, es un completo error. El público la acepta porque la tesis de su historia es políticamente correcta: las putas también son personas. Es imposible estar en desacuerdo con eso. Es tan evidente que insulta.

Pero, para mí, hay una verdad mucho más evidente durante el visionado de Princesas: me aburro.

Todo cineasta, todo comunicador, sabe que esa reacción es sagrada. Queda muy bien despreciar el cine comercial, pero nadie puede negar que el público es soberano. El drama, el teatro, el cine... Son la máxima expresión de la democracia. Se convoca al pueblo para conmoverle, divertirle, hacerle estremecer...

Jamás para provocarle un bostezo. Si el público se aburre, se larga.

Casi nadie se larga de Torrente. Corrijo: casi nadie que no sea crítico, o cinéfilo declarado, o de cualquier otro modo se haya erigido en representante político. O sea: no-pueblo. Estoy por asegurar que el 90% de la gente que sale de ver Torrente dice que le ha gustado. No que es una película necesaria, ni que es una película muy hermosa, ni muy inteligente.

No, que le ha gustado, coño. Que se ha reído, que se ha pasado dos horas sin pensar en el trabajo, ni en sus problemas, y que además ha reconocido a una serie de personajes más o menos reales, metidos en conflictos más o menos reales, desempeñando acciones y reacciones plausibles pero a la vez sorprendentes...

En fin, una película.

Yo no he visto otro título así en 2005. Y Torrente no sólo atrae al público por su aparato de marketing. Recordemos que el primer Torrente se estrenó sin pena ni gloria, y fue el boca a boca lo que convirtió la película en un fenómeno.

Torrente da lo que promete. Princesas no. Porque verán: toda película promete, como mínimo, que no va a aburrir. Se puede hablar del drama de la prostitución sin que parezca una clase de ética de Bachillerato. Lo que no es de recibo es adoctrinar al personal a 6 euros por barba, y encima ir de cineasta molón.

Yo he pasado tardes enteras detrás de la barra de un bar poniéndole cubatas a un capitán de la Policía Nacional que estaba de servicio. Y después de apretarse siete u ocho copazos de importación –y de invitar a un colega a otros tantos-, el cabrón sacaba un billete de mil pelas y decía:

-Cóbrate aquí, chato. Y quédate con la vuelta, que hoy me siento generoso.

Como comprenderán, cuando yo vi la primera entrega de Torrente, pensé que eso era casi un documental.

Soy capaz de aceptar que a alguien le desagrade la estética de Torrente. Pero eso es un elogio a la película. Torrente habla, y de qué manera, de la inefable chapuza nacional. Muestra con auténtica crudeza los inquietantes flecos del fascismo que aún quedan en las Fuerzas de Seguridad del Estado. Escenifica lo peor del machismo, de la incultura y de la zafiedad nacionales. Y lo que es mejor: lo hace entre pedos y chistes, de una manera liberadora, descarnada, catártica. Divertida, coño.

Las innegables torpezas del guión de Torrente III; la saturación mediática en los días previos al estreno; la vulgaridad inherente a su personaje protagonista; no llegan ni de lejos para negar que es la mejor película del año. Lo que ofende a los biempensantes es que el guión no se rebaje a explicitar la ironía, a demostrar la distancia moral que separa al autor del protagonista.

Esa hipocresía es la que lleva a la crítica y al publico "culto" a denostar a la película más mayoritariamente aceptada del año. Lla más incisiva en sus temas, la más descarada, divertida... Y española, qué coño.

Señores académicos: se han portado ustedes como unos verdaderos hipócritas. Dejen de hacerse los cultos –que a la vista está que no cuela- y voten en conciencia. Que están consiguiendo hacerme recordar la siniestra máxima de Millán Astray: cada vez que oigo la palabra “cultura”, echo mano a la pistola. Tiene huevos que al final vaya a haber que darle la razón al fantoche este...

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