31/7/07

LA CAGARRUTA

(Publicado originalmente el 17.4.2006)

Ya es oficial. Una productora me ha ofrecido un puesto de Director de Contenidos. De aquí a nada podría convertirme en jefe de otros guionistas. Es la primera vez en mi vida que me ofrecen ser jefe de algo. He dirigido equipos cuando trabajaba de realizador, cuando dirigía mis cortillos... Pero la autoridad siempre era coyuntural, nunca nominal. Esta vez va en serio.

Mi lado artistilla me advierte que en vez de escribir guiones, me pasaré el día haciendo calendarios y memorandos. Mi lado burgués apunta que podría cobrar menos que siendo guionista freelance. Mi lado vago tiembla ante la perspectiva de tener que vestirme todos los días: adiós a esas largas jornadas en pijama.



Pero mi lado Capitán Garfio, ese que siempre acaba imponiendo su criterio en mi vida, me recuerda que en el show-business todo se reduce a un único concepto: control. Desde que el guión está terminado, hasta que se convierte en obra audiovisual, tiene que sufrir un incesante manoseo: pre-producción, producción y post-producción acumulan una enorme cantidad de personal, gran parte del cual, seamos sinceros, no entiende el guión. Y casi nadie lo considera un problema propio.

Es la hostia: cuando uno no entiende, pongo por caso, un logaritmo neperiano o un párrafo de Nietzsche, automáticamente asume su falta de inteligencia o de conocimientos. Pero ciertos -ALGUNOS- realizadores, ejecutivos, actores, montadores, etc., cuando no entienden algo tan simple como el guión de una serie española, automáticamente deciden cambiarlo. Aportar ideas para mejorar el texto. O sea: dejar la cagarruta.

La cantidad de talento que el guionista consigue transmitir al público con una obra es inversamente proporcional al número de cagarrutas depositadas sobre el guión. O dicho de otro modo: es directamente proporcional al control que tenga el guionista durante el proceso de transformación. Un guionista español, hoy por hoy, tiene el mismo control sobre la obra final que un meritorio de producción. (Que un meritorio de producción tonto. Uno listo tiene mucho más.) En mi carrera, he vivido ejemplos muy desagradables de lo que ocurre cuando alguien no se toma en serio el guión. Y pienso que un puesto de director de contenidos me ayudaría a no vivir más experiencias como esas.

De hecho, creo que las películas y series españolas no dejarán de ser percibidas como una mierda por gran parte del público culto (nótese el uso de la cursiva) hasta que sus creadores tengan más control que nadie sobre el producto final.

Y sí, he dicho “creadores”.

Tomemos como ejemplo cualquier serie norteamericana. Cualquiera. ¿Qué rótulo cierra siempre –siempre- la secuencia de créditos? CREATED BY. En España, ese crédito apenas existe. Es más, cuando un guionista pide un tratamiento similar, suele ser tachado de ególatra, amenazado con el despido, o sencillamente ignorado. No ya por productores y ejecutivos, sino por muchos otros guionistas.



Los guionistas españoles tenemos un síndrome de Cenicienta galopante. Lloriqueamos por nuestras carencias, pero tenemos el cuajo de criticar a quien lucha por superarlas. ¿Qué clase de Príncipe creemos que vendrá a sacarnos del arroyo? Unos lo llaman Sindicato, otros Ley. Otros no creen en Príncipes, sino en Dragones: el Intrusismo, el Amiguismo, el Productor Malvado.

Yo no le pongo mayúsculas a lo que nos falta: se llama dignidad profesional. Y el enemigo está en casa. El que clama por un sindicato, tanto como el que se lamenta del intrusismo, debería plantearse si no estará eludiendo la cuestión principal: hay que empezar por valorar el propio trabajo. No en las charlas de café, sino en los contratos que firmamos. No en las reuniones de guionistas ni en las asambleas de ALMA, sino en la jodida soledad del despacho de un productor.

Antes de gritar a mí la Legión, hay que hacerse Legionario. Si nunca te has atrevido a reclamar lo que es tuyo, ¿por qué esperas que los demás lo hagan? Por mi parte, hace mucho que dejé de soñar con Fuenteovejuna. A nadie de esta industria se le escapa que el guión es el gran valor añadido. Pero nadie asumirá lo que eso implica en términos económicos si el guionista no trabaja por ello. El guionista, no todos los guionistas. Nadie regala nada, y menos a la clase trabajadora.

Si acepto este puesto no es porque me guste mandar –que me gusta, y creo que lo hago aceptablemente bien-. Tampoco será por tener un sueldo fijo y un despacho en Castellana –aunque no le haría ascos ni a una cosa ni a la otra-. Quiero aceptar este puesto para que mi trabajo sea mejor. Para rebajar el número de cagarrutas.





P.S. Encontrarán una inteligentísima reflexión sobre la profesionalidad del guionista en el blog de John August. Si lo prefieren, pueden leerlo impecablemente traducido por Daniel Castro, el Guionista de Chamberí.

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