31/7/07

EL DON Y EL LÁTIGO

(Publicado originalmente el 16.12.2005)


Estos días se celebra en Madrid la tercera edición del taller “Los guionistas frente al Mercado Audiovisual”, una charla de varias horas sobre cómo adentrarse en esta profesión de forma rentable.

Resulta curioso que haya miríadas de escuelas que cobran centenares, miles de euros, por “enseñar” a hacer cine –en realidad, lo que enseñan es cine ya hecho-, y este excelente taller sólo haya tenido tres ediciones. Claro, así ocurre: cadenas generalistas emitiendo series escritas por becarios, con guiones de trescientos euros. Y en la calle, legiones de chavalotes con un montón de ideas buenísimas, deseando ser expoliados a cambio de una propina ridícula. Y tan contentos, porque su nombre sale en la tele.

Imparte el taller Valentín Fernández-Tubau, verdadero paladín de la dignidad profesional de los escritores audiovisuales. Acompañado de guionistas, abogados y otros profesionales analizará cómo está el patio, y por qué. Y, sobre todo, cómo mejorar la situación. Sin trucos mágicos ni secretos para el éxito. Sólo cifras, datos concretos, y extensos dossieres para cada asistente.

Este fin de semana, yo estaba invitado a la mesa redonda que incluye el taller, en la que algunos guionistas relatan sus experiencias laborales a los alumnos. Es una pena no poder asistir, porque es un campo en el que toda ayuda es poca. En esta profesión hay una lamentable tendencia a confundir a un joven que tiene ilusión con un imberbe iluso. Junto a productores de raza, que se juegan el tipo por sacar adelante buenos productos pagando precios justos, acechan sin embargo bandadas de buitres que todavía no se han dado cuenta de que el guión es el gran valor añadido de esta industria. O peor todavía: que sí se han dado cuenta y, aun así, insisten en obtener duros a tres pesetas.

Valentín, cuando se entera de que un compañero está trabajando por debajo de ciertos baremos, le acorrala contra una pared y le da una charla que le saca los colores. Y con toda la razón del mundo.

Yo no soy tan militante como él: yo creo que es legítimo aceptar un trabajo mal pagado. Incluso uno escandalosamente mal pagado.

Pero sólo uno. Dos ya es pecado.

La excusa típica para cobrar poco es tener la oportunidad de demostrar que tu trabajo tiene calidad. Pero lo cierto es que el artista que se deja explotar no está intentando demostrarle eso a un productor. Necesita demostrárselo a sí mismo. Porque no se lo cree. Por eso una palmadita en la espalda le parece pago suficiente. Y de sobra.

Como decía Truman Capote, cuando Dios te da un don, te da también un látigo, y el látigo es únicamente para autoflagelarse.

Es tan sencillo como eso: el talento, por naturaleza, duda de sí mismo. La falta de autoconfianza es el veneno de esta profesión, y es que es tan duro aceptar el propio talento antes de que el mundo lo descubra… Primero, por la posibilidad de estar equivocado: ¿qué voy a tener talento? Si lo tuviera, ya habría triunfado. Y segundo, y más importante, por la responsabilidad que supone. Una vez que aceptas que tienes talento, ya no hay excusa para no ejercitarlo.

Es igual que la madurez: una vez que eres adulto, tienes que comportarte como tal. Ya no hay vuelta atrás. Aceptar un trabajo humillante es un síntoma de complejo de Peter Pan. Queremos seguir teniendo el balsámico derecho a equivocarnos: total, por lo que me pagan, ¿para qué voy a hacerlo bien?

La demostración de que uno vale la obtiene del primer trabajo. Si pagan por ello, es que vale. No importa si pagaron mucho o poco. El paso de gigante es llegar a cobrar. A partir de ahí, en este negocio, la valoración profesional va pareja a los ingresos. Ése es el rasero objetivo con el que los productores miden a un guionista. Y hacen bien, porque su trabajo es, entre otros, optimizar los recursos.

Apúntense a la próxima edición del taller, que Valentín, Tomás Rosón, José Luis Acosta y demás superhéroes de Alma y Abcguionistas se lo explicarán mejor que yo.

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