4/8/07

BARRAS Y TONO

(Publicado originalmente el 15.11.2006)


Corría el año 2003, y yo trabajaba en una pequeña cadena de televisión. Como realizador. Sí, han oído bien: no toda mi vida he estado de este lado de la máquina de escribir. Por aquel entonces, yo formaba parte del Equipo Melocargo. Ya saben: “en el guión dice tal, pero me lo cargo, porque me mola más cual...”

El caso es que hacía poco que habían cambiado al Jefe de Realización. El jefe saliente era un tipo arbitrario y pusilánime. El nuevo era todo eso, y además estaba loco. Como las maracas de Machín. Veía visiones, inventaba palabras y –esto es teoría mía- dependía de una medicación para funcionar... Y se olvidaba de tomarla.

Para que se hagan una idea, el primer día de trabajo, cuando tomó posesión de su nuevo ordenador, echó un vistazo a las carpetas que había por allí, y en seguida vio algo ante lo que decir las palabras mágicas: Me Lo Cargo. Era una pobre carpetita amarilla titulada significativamente Emisión. Y se la cargó. Contenía la rejilla de emisión de los próximos dos meses. La que se montó después fue digna de verse. Pero ésa es otra historia.

El tipo llevaba un tiempo intentando convencerme para renovar la estética del programa que yo realizaba. O en otras palabras, cargarse la antigua. Como estaba loco, no se daba cuenta de que me había convencido a la primera, entre otras cosas, porque a mí me importaba una mierda la estética del programa (y sospecho que a la audiencia también). Él me insistía cada mañana en que hiciera un montón de cambios, y yo le contestaba cada mañana que me parecía todo muy bien, salvo unos pequeños detalles técnicos que hacían totalmente IMPOSIBLES los cambios que proponía. El tipo asentía con gravedad, como hace la gente cuerda cuando comprende que hay un problema, y a la mañana siguiente volvía a sugerirme los mismos cambios, sin acordarse en absoluto de los problemas.

Yo decidí que aquello constituía una especie de statu quo, y dejé correr el asunto. Siempre he pensado que el trabajo de un realizador es algo así como inyectar sentido común en un proyecto, y me parecía de sentido común buscar un cierto entendimiento con el jefe, aunque fuera un entendimiento de frenopático.

Todo fue bien durante unas semanas, hasta que una mañana, hace hoy exactamente tres años, estaba conduciendo camino del plató y me encontré con La Madre de Todos los Atascos. Eché un cálculo mental, y deduje que iba a llegar como dos horas tarde a la grabación del programa. Teniendo en cuenta que la grabación del programa duraba unas dos horas, tenía un verdadero problema. Así que llamé por teléfono al Jefe.

PIANISTA.- Oye, mira, que hay un atasco increíble en la carretera y voy a llegar t...
JEFE.- Ningún problema. Hasta luego.
PIANISTA.- No, espera, es que hoy hay grabación en plató y hay que preparar los...
JEFE.- Vale, no te preocupes, adiós.
PIANISTA.- Pero oye, es que...

Me había colgado. Echando mano del sentido común, concluí que lo más sensato, cuando un jefe te dice ningún problema y no te preocupes, es pasar del tema. Allá él.

Casi dos horas más tarde, estaba aparcando frente al plató. Estaba contento, porque me había librado del Macrocoñazo que era grabar el programa, y quedaba ante mí un día bastante relajado. Entré en el plató disculpándome, convencido de que ya habrían terminado. Puse mi mejor cara de circunstancias, y pregunté:

PIANISTA.- ¿Cómo vais?
JEFE.- Psché.

Le pregunté respetuosamente si quería seguir él o si prefería que le relevase, y por toda respuesta, se levantó de la silla y se alejó unos pasos en silencio. Me senté, tomé el guión y el bolígrafo, y me extrañó ver el guión limpio como la patena. Ni una anotación a bolígrafo. Me volví al mezclador, uno de esos tipos tranquilos que siempre están de buen humor, y le pregunté cuánto habían grabado. Vi sus mandíbulas apretadas. Vi sus ojos enrojecidos. Sus labios dibujaron un silencioso nada.

Dirigí una mirada interrogante hacia El Nuevo Jefe, que ya no era tan nuevo, ni parecía un jefe en absoluto. Pero el pobre estaba entregado a su pasatiempo favorito: deambular con la cabeza gacha, murmurando de forma ininteligible. Paseaba nerviosamente de un lado a otro de la sala, sin dejar de bisbisear.

Yo respiré hondo. En peores plazas hemos toreado, me dije. Tenía unos diez minutos para hacer el trabajo de dos horas, pero llevaba el tiempo suficiente trabajando en la televisión para saber que la matemática euclidiana es una mariconada. Recordé aquella vez que tuve que hacer una entrevista multicámara con una sola cámara, y no hubo ningún problema; recordé aquel “programa estrella” que tuvimos que improvisar, sin guión y sin plató, y obtuvo las felicitaciones de todos los mandamases; recordé aquel spot que grabamos en media hora, con una Mini DV de cien mil pelas, y estuvo tres meses en emisión. Esto era pan comido.

Miré los monitores: todos los elementos del decorado –una compleja mezcla de imagen real y gráficos generados por ordenador- estaban manga por hombro. Comprendí que el pobre hombre había intentado realizar sus cambios en el momento de grabar. Y esta vez sí que se lo había cargado. Pensé que no hay nada más lamentable que un director sin un plan. Un buen director es, por encima de todo, metódico, frío y calculador. Los artistas temperamentales, que se dediquen al lienzo.

Abrí el micro y saludé a los presentadores. Lo primero, siempre, es saludar a los presentadores. Más vale que la gente que curra dando la cara esté de buen humor. Y los presentadores, esa mañana, tenían una cara de mala hostia que daba miedo. Les dije escuetamente: Buenos días y perdón por el retraso. Acabo de llegar. La forma en que gritaron MENOS MAL me habría hecho llorar si yo hubiera estado en el lugar del jefe.

Miré al operador de VTR, al mezclador, al iluminador, al de sonido, al del prompter. Me miraban como un cachorro abandonado en una cuneta miraría a un conductor que ha parado a recogerle. Suspiré, y empecé a darles las mismas instrucciones de todas las mañanas. Las ejecutaron con una rapidez asombrosa, como si llevasen dos horas deseando ejecutarlas. Que era exactamente lo que ocurría.

Mientras cada uno hacía su trabajo, puse a los presentadores a ensayar el texto. Se quejaron, porque lo habían ensayado ya muchas veces. Pero cuando les dije que yo no había oído el ensayo, no rechistaron más.

Mientras ensayaban, noté una vocecilla a mi espalda. Era el jefecillo. Seguía musitando, un pelín más alto que antes. Agucé el oído, y por fin entendí lo que decía. Era algo así como vamostardemuytarde... hayquegrabarya... fatalfatalgrabar...

Concluí que no debía entrometerme en una conversación privada entre un hombre y sus zapatos, y seguí a lo mío. El ensayo había sido perfecto. Todos los técnicos habían recompuesto el decorado en un tiempo record. Con dos o tres modificaciones mínimas, la cosa quedó perfecta. Felicité a los presentadores. Lo último, antes de grabar, siempre es elogiar el el ensayo. No cuesta nada, y renta mucho.

Estábamos ya listos para grabar, cuando el jefecillo se colocó justo detrás de nosotros. El mezclador se volvió, sorprendido: el murmullo se estaba volviendo demasiado evidente. Le hice al mezclador un leve gesto de ni caso, y tomé el micro que me comunicaba con la sala de aparatos.

PIANISTA.- Control Central para REA3.
VOZ.- Adelante, REA3.
PIANISTA.- Empezamos a grabar, por favor.
VOZ.- Joder, ya era hora...

Risas en la sala. Y tras las risas, la letanía otra vez: fatalvamosfatal... grabarhayquegrabar... tardellegamostarde... Parecía una especie de Willy Loman, pero sin las buenas intenciones. Y el murmullito ya me estaba tocando la moral. Hay algo decididamente malvado en la gente que se ofusca cuando otros solucionan los problemas que ellos han creado.

Respiré hondo y me dije que sólo quedaban unos minutos para pasar aquello, e irme con los técnicos a reírme de lo ocurrido. Y de pronto, sonó el altavoz.

ALTAVOZ.- REA3 para Control Central.
PIANISTA.- Adelante, Control Central.
ALTAVOZ.- Mira, que tenemos un problema con el magneto, y vamos a tener que cambiarlo. Será un minuto.
PIANISTA.- Muy bien, nos avisáis...

Y el murmullo se hizo voz.

JEFE.- Hay que grabar ya, ¿eh?
PIANISTA.- Sí, sí... Será un minuto.
JEFE.- No, un minuto no. Llevamos dos horas aquí, y no hemos grabado nada.
PIANISTA.- Ah, ¿no? Y eso... ¿Cómo ha sido?

El tipo me mantuvo la mirada durante un segundo, y en seguida volvió a dirigirse a sus zapatos, sin duda mucho más comprensivos que yo. El altavoz volvió a sonar:

ALTAVOZ.- REA3 para Control Central.
PIANISTA.- Adelante, Control Central.
ALTAVOZ.- Vale, ya está cambiado. Dadme barras y tono para probarlo, y empezamos.
PIANISTA.- Allá van.

Para quien no lo sepa, barras y tono son unas señales estándar de imagen (barras de colores) y sonido (un pitido) que permiten comprobar que el aparato grabador (el magneto) está recibiendo la señal correctamente. Es una comprobación rutinaria, y suele ser la última que se hace antes de grabar. O sea: sólo quedaban unos segundos. Todo iba bien. El mezclador lanzó barras y tono. El molesto pitido llenó la sala. Sonaba como un alivio. Abrí el micro para decirles a los presentadores que estábamos a punto de empezar, cuando de pronto el jefe venció definitivamente la batalla que venía librando con su medicación, y se puso a gritar:

JEFE.- ¡Barras y tono NO! ¡Eso ya lo he hecho yo! ¡Ahora hay que grabar!
PIANISTA.- Ya, pero es que han cambiado el magneto y...
JEFE.- ¡A grabar!
PIANISTA.- Tienen que comprobar que la señal...
JEFE.- ¡¡A grabar!!
PIANISTA.- Faltan diez segund...
JEFE.- ¡¡¡A GRABAR!!!
PIANISTA.- ¿Me estás escuch...?
JEFE.- ¡GRABARGRABARGRABARGRABAR!

Me levanté bruscamente de la silla y me encaré con él. Y el tipo se quedó mudo. Debió pensar que iba a pegarle. Con gran parsimonia, cerré el bolígrafo con que anotaba el guión, lo tiré despreciativamente sobre la mesa, y a escasos centímetros de su jeta, le dije:

PIANISTA.- No te aguanto más.

Y mientras los compañeros del Control Central nos anunciaban que ya estaban listos para grabar, recorrí con la mayor tranquilidad los cinco o seis metros que me separaban de la puerta. Ya había salido al pasillo, cuando lejos, muy lejos, le oí gritar:

JEFE.- ¡¡FUERA DE AQUÍ!!

Hoy hace exactamente tres años de aquello. En aquella cadena tenía buenos amigos, un empleo fijo, poco trabajo, catorce pagas, Internet de banda ancha y unas cestas de Navidad descomunales.

No lo he echado de menos ni un solo día.

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