4/8/07

ESTUDIANDO CUALQUIERA

(Publicado originalmente el 14.4.2007)


El otro día, un amigo alemán me contaba una interesante sesión de desarrollo de un guión suyo. Por lo visto, la productora había confiado el guión a una agencia que analiza guiones y asesora a productoras sobre su desarrollo. También asesoran a guionistas. Les dan ideas. Les proporcionan posibles vías de escape a hipotéticas situaciones de bloqueo.

A cambio de tan valiosa labor, esta agencia recibe subvenciones del Estado.

Naturalmente, mi amigo escuchó las opiniones de los analistas con una perfecta cara de japonés: asentía con la cabeza; dejó caer algún hmmm aquí y allá; e incluso tomó notas en la Moleskine: llevar a Wilban al veterinario, llamar a mamá, comprar papel higiénico del que no rasca.

Y luego les hizo el caso que todos ustedes imaginan.

Desde mi punto de vista, esas agencias no son más que ectoparásitos de la industria del cine. Los organismos que componen la agencia obtienen un beneficio de la interacción: subvenciones.

Sin embargo, los autores sólo obtienen perjuicios: pierden el tiempo, se hacen heridas en los labios de tanto mordérselos, y las productoras corren el riesgo de empeorar la película haciendo caso de los consejos de la agencia.

De hecho, este riesgo crece cada día, porque una de las cosas que nos enseñó Darwin es que el órgano crea la función: de tanto fingir que estas agencias tienen sentido, acaban por tenerlo. Acaba por parecer sensato someterse a sus criterios.

Y esos criterios son tan convencionales que provocan risa, cuando no indignación. Le decía el analista a mi amigo:

No queremos hacer el típico análisis mecanicista: que si los puntos de giro, que si el McGuffin. Pero reconocerás que el segundo punto de giro no funciona como tal.

Y mi amigo pensaba:

¡Vaya! ¿Tenía un primer punto de giro?

Es una insensatez pretender analizar cualquier forma de narrativa desde un solo punto de vista. Soy uno de los grandes amantes de los esquemas dramáticos clásicos, pero basta con leer a los clásicos para darse cuenta de que esos esquemas son flexibles. No son el uniforme que todo guión debería vestir con comodidad.

En mi opinión, si alguien quiere ayudar a un guionista a salir de un bloqueo, y a encontrar nuevos enfoques para sus proyectos, no debería montar una agencia de análisis de guión, sino una agencia de viajes. Quince días en la Costa Azul con todos los gastos pagados despejan a cualquiera. Eso sí que sería un punto de giro.

Lo más triste de todo es la razón última de que existan estas instituciones. Hay una verdad irrefutable en el mundo del cine, una sola, y es la que decía William Goldman en Adventures in the Screen Trade:


NADIE SABE NADA

Nadie sabe qué película se convertirá en un éxito y cuál se estrellará como una mosca contra un parabrisas. Es tan terrible vivir en el caos, que se recurre a la religión. El cine actual ha creado un sistema de valores que da sentido a todo, que establece qué está BIEN y qué está MAL. Nadie sabe nada, pero todos creen en confusas deidades: el script doctor, el desarrollo, el paradigma...

Estos sistemas de pensamiento siempre se caracterizan por hacer tabula rasa, por penalizar la excepción y premiar el seguimiento de la doctrina. Es decir, fomentan lo único que, con toda seguridad, evitará un éxito rotundo. Pero es que la Palabra Revelada, la Verdad Absoluta, por definición, no puede revisarse. Así que hay que defenderla pase lo que pase. Y abominar de quien la ponga en cuestión, acusándole de soberbia y de blasfemia. Como las religiones: coartan la ambición en favor de la sumisión, de la humildad, de poner la otra mejilla. Si Cristo se dejó humillar y matar, ¿cómo osa defender su obra un vil escritor?

La doctrina está tan extendida que todo el mundo, los guionistas también, hace actos de contrición: como no llegamos a conocer la naturaleza de nuestro talento, ni adivinamos cuánto durará, ni mucho menos cuánto tiempo podremos vivir de él, realizamos sacrificios rituales en nombre de Dios.

Tomamos el sacramento del CURSILLO, hacemos donativos al culto del santo PRODUCTOR, y recitamos el catecismo de SYD FIELD, y las sagradas escrituras de ROBERT MCKEE, esos libros de autoayuda disfrazados de manuales técnicos.

Personalmente, creo que muy pocos de los consejos que se pueden dar a un artista sobre su arte superan la categoría de basura. Y los buenos consejos que se salvan suenan a perogrullada, y además irrealizable. Uno de los pocos buenos consejos para guionistas que he oído lo dio Joaquín Oristrell hace año y pico en una conferencia en la Biblioteca Nacional.

Decía que para testar y perfeccionar una idea de largometraje, no había mejor manera que contarla en todas las cenas y reuniones diversas a las que uno acudiera, y observar las reacciones de los oyentes.

En el mismo sentido, Ángeles González-Sinde decía que no hay que tener prisa por ponerse a escribir esa idea: es mejor darle vueltas en la cabeza durante un tiempo prudencial, que vaya tomando forma ella sola. Porque si nos apresuramos a redactarla, luego querremos defender lo escrito contra toda lógica. Habremos recortado nuestra perspectiva.

A eso, yo añadiría que, cuando el guión está redactado, hay que reunir un grupo heterogéneo de amigos con conocimientos de cine y leérselo en voz alta, y del tirón, a ver qué pasa.

¿Qué buenos consejos, verdad? Parecen hechos para quitar las ganas de escribir:


Antes de estar preparado para la batalla,
deberás entrenar durante treinta y seis lunas
en el dominio de la espada.


O, como decía un repetidor en el instituto cuando daban las notas:


¡Jo, es que estudiando cualquiera!


Pues no queda otra, amigos. Pueden ustedes confiar en libros y cursillos (alguna vez, excepcionalmente, aprenderán algo), pero más les vale entrenar en el dominio de la espada. Es lo único que les servirá a la hora de la verdad.

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