4/8/07

EL SÍNDROME DE TÍO VANYA

(Publicado originalmente el 7.6.2006)


Al final del acto tercero de Tío Vanya, el que quizá sea el protagonista más patético de la historia del teatro pronuncia estas lamentables frases:

¡Mi vida está deshecha! ¡Tengo talento, inteligencia, valor!... ¡Si hubiera vivido normalmente, de mí pudiera haber salido un Dostoievski, un Schopenhauer!... ¡No sé lo que digo!... ¡Me vuelvo loco! ¡Estoy desesperado!...

Acto seguido, se va a buscar una pistola para matar a su antagonista... Y falla el tiro.

Es un tipo mediocre, un fracasado. Alguien de quien conviene apartarse. En el mundo del espectáculo, los mediocres se reconocen por frases como éstas:

  • En esta industria, lo que manda es el amiguismo.
  • Esto es un círculo cerrado. El que no tiene padrino, no se casa.
  • Sólo ganan premios los enchufados.

Tengo malas noticias para los mediocres: se equivocan de medio a medio.

Les aseguro por experiencia que ser amigo de alguien que tiene un Oscar no garantiza la fama ni el éxito. Les aseguro que la gente que tiene poder en la industria –si tal cosa existe- no está desesperada por rodearse de amigos.

Y les aseguro, por ingenuo que pueda sonar, que en el mundo del espectáculo, el talento y la perseverancia tienen su recompensa.

Como nos ilustra el viejo refrán cree el ladrón que son todos de su condición, es precisamente el que se queja del amiguismo imperante, el que procura rodearse de aduladores cuando consigue una mínima parcela de autoridad.

Y desengáñense, sólo hay una persona con verdadero poder en el show business: el espectador.

Sin embargo, a veces la realidad parece dar la razón a los mediocres. A veces, hay enchufes tan descarados y sonrojantes, que los débiles de espíritu se dejan llevar por la frustración y piensan que la corrupción es la norma.

Allá por septiembre del 2002, en San Sebastián, Universal Studios entregaba un premiete de un millón de euros a un proyecto de largometraje, cuya producción ejecutiva sería realizada por Esicma.

En las bases del concurso se especificaba con absoluta claridad que el autor del proyecto no podría tener obra cinematográfica emitida. Sin embargo, en una interpretación más que flexible de dichas bases, el jurado le entregó el premio a Rafa Russo, a la sazón ganador de un Goya al Mejor Cortometraje por Nada que Perder, y guionista de la película Lluvia en los Zapatos, protagonizada por Penélope Cruz.

Si eso no es obra emitida, que venga Dios y lo vea.

Para que nadie se haga el listo es los comentarios, me apresuro a aclarar que sí, yo también participé en el concurso. Y claro que me jodió perder. Pero esperen, que aún hay más.

¿Adivinan ustedes de qué productora es Lluvia en los Zapatos? Pues sí, de Esicma. Como de Esicma es el primer corto dirigido por Rafa Russo, El Cumplido. Y esto no lo digo yo, lo dice Rafa Russo en su curriculum.

Sin el menor asomo de ironía, diré que siempre he pensado que Rafa Russo tiene un enorme talento. Y perseverancia no le falta. Además de muy buen guionista y muy buen director, es un músico muy destacable. Un artista de los pies a la cabeza.

Pero el 25 de septiembre de 2002, en el Palacio Miramar de San Sebastián, se le debió haber caído la cara de vergüenza al aceptar un premio de la productora para la que trabajaba.

Y no se le cayó.

La película resultante se llama Amor en Defensa Propia, y se estrena pasado mañana. Le deseo la suerte que se merece.

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