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MANUAL DE SUPERVIVENCIA PARA GUIONISTAS / 8

(Publicado originalmente el 2.3.2007)

Una de las preguntas más irritantes, por simplista, con las que se puede topar un escritor, es ¿de dónde sacas tus ideas?

El lector medio disfruta de la ficción como de la música o de la comida. Pero el pedante medio intenta contar los árboles desde fuera del bosque, y se queda en esa pregunta. Una pregunta que jamás se le hace a un músico: ¿De dónde sacas esos acordes? ¿Cómo "se te ocurrió" pegar ese FA a ese SI bemol? Pero a nosotros se nos piden explicaciones sobre el origen de las retorcidas ideas con las que hacemos nuestro trabajo: incestos, experimentos genéticos, crionizaciones, viajes en el tiempo, muertos que parecen vivos que en ocasiones ven muertos...

La respuesta que más me gusta a la pregunta ¿de dónde sacas tus ideas? es la de David Mamet: las pienso.

Pero eso no le sirve al pedante medio, al cinéfilo. Y se refugia en ese tópico que todos ustedes conocen: los artistas están locos, se les va la olla, son unos iluminados. Un tópico que deviene con facilidad en esos se meten de tó.

Yo podría decir que los autores y actores no se meten ni la décima parte que algunos ejecutivos y algunos maquilladores. Y no digamos ciertos periodistas de cotilleos. Claro, que también podría decir que todos ellos juntos no se meten ni la cuarta parte de las sobras de lo que se meten determinados cirujanos maxilofaciales y pilotos de aviación. Pero claro, son opiniones.

Resumiendo: que hay mucho mito.

Pero dicen que cuando el río suena, agua lleva. Por mi propia experiencia, puedo decir que cuando el río suena, apenas es un arroyuelo, poco más que una meada. Pero sí, parece que algo gotea. No estoy de acuerdo con la idea de que un guionista es un zumbao, pero sí acepto que no somos del todo normales, sea lo que sea eso. Y lo llevo a gala.

Porque nuestra supuesta locura sólo es, en realidad, una manera especial de relacionarnos con la segunda ley de la termodinámica, cuya definición viene a ser: la entropía de un sistema siempre tiende al máximo. En cristiano: todo tiende a complicarse. La existencia consiste en un imparable camino hacia el caos.

El común de los mortales, la gente normal, tiende a negar tácitamente un concepto tan inquietante. La gente normal tiende al estado de mínima energía. Evita el conflicto. Pero los guionistas vivimos del conflicto. Nos gusta la segunda ley de la termodinámica. Nos atrae jugar a calcular sus efectos, a imaginar cómo se puede complicar una cosa aparentemente simple: cómo la decadencia pudre las mejores familias; cómo la ambición corrompe la moral y los principios, pero deja intacto el atractivo; cómo uno tropieza infinitas veces en la misma piedra, y además confundiéndola con una piedra distinta.

Amigo guionista: si la gente que disfruta con tu trabajo quiere llamar a tu talento locura o excentricidad, brindemos por ello. Desmiéntelo si quieres, aunque perderás el tiempo. Pero nunca, bajo ningún concepto, intentes curarte. Tu locura no es una enfermedad. Nunca te hará daño. Basta con que consigas disimularla los domingos y fiestas de guardar delante de tus suegros, tus tías políticas y tu cuñado, el de derechas.

Y si te agobia ser tan excéntrico, alíviate compartiendo con otros tarados tu menú de chaladuras. No sólo tus ideas geniales, sino también toda esa guarnición de chistes malos, manías inexplicables y actitudes absurdas que necesitamos para no volvernos locos de verdad y empezar a hipotecarnos y a soñar con coches potentes, y a considerar un adosado como una opción seria.

Aquí van algunas de mis pequeñas locuras:

  • Dar siempre un gran rodeo para volver a casa.
  • Ver por trigésima vez mis películas favoritas aunque tenga pendientes diez deuvedés prestados.
  • Aplazar indefinidamente las llamadas importantes, mientras envío eseemeeses con chistes malos y juegos de palabras.
  • Grabar groserías en mi mensaje del contestador.
  • Tener siempre media docena de libros a medio leer.
  • Apuntarme cosas en la mano, a pesar de llevar siempre una libreta en el bolsillo.
  • Empeñarme en hacer las cuentas de cabeza, hoy en día, que todos los móviles traen calculadora.
  • Intercambiar salvajes puñetazos con mis amigos, pero sólo en el brazo y a ser posible en público.
  • Putear lo más posible a los BMW en la carretera. Y a los todoterrenos. Y a los BMW todoterrenos, guerra abierta.
  • Hacer todo tipo de predicciones con arrogante seguridad: he comprobado que si aciertas todo el mundo te admira, y si fallas casi nadie se acuerda.

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