12/8/07

NADIE SABE NADA

(Publicado originalmente el 3.8.2007)


Deliberábamos para conceder unos premios de guión. Yo era el único guionista en la sala. Había técnicos, críticos, novelistas y un jefe de compras de una cadena televisiva, bastante curtido en festivales de medio mundo y con una evidente experiencia, no sólo en el ámbito cinematográfico, sino también en el arte de la polémica. Ya había defendido con bastante habilidad sus guiones favoritos, y había rechazado bastantes de los ajenos. Algunos con buen gusto, otros con simple labia y arrogancia. El viejo truco de la cal y la arena.

Yo defendía un título que me parecía fundamental premiar. Una comedia agridulce, con una trama redonda, unos personajes controvertidos, reales y a la vez paradójicos, y con una temática social dolorosamente contemporánea, que sin embargo evitaba el panfleto y la lágrima fácil. Era redondo. Los otros miembros del jurado la apreciaban en proporción inversa a su edad. Sí: era una temática muy contemporánea, que los mayores de cuarenta años difícilmente sentían como propia. Pero el guión estaba tan bien construido, que no me costó convencer incluso a los más mayores de que los postulasen para un premio. Hasta que habló el jefe de compras.

-Es demasiado televisivo.

Alerta roja. Esa frase es uno de los tópicos más manidos para rechazar un guión sin decir eso que nadie tiene cojones de decir: “no me gusta”. Otras frases socorridas son: “hay que darle una vuelta”, “estaría bien si fuera un corto” o “no funciona”. Todas esas alocuciones coinciden en una cosa: es absolutamente imposible conseguir que el que las dice las apoye con ejemplos concretos y argumentos sólidos. Es precisamente la discusión lo que quiere evitar. Porque la gente que dice esas cosas no tiene –repitan conmigo- NI PUTA IDEA de guión. Por eso sentencian con tanta soltura: para que parezca que saben. ¿Qué coño se puede contestar a una frase lapidaria como “no funciona”? ¿Que funciona?

El caso es que yo realmente estaba convencido de que el guión era bueno y merecía un premio, así que decidí enfrentarme de una vez con el jefe de compras. Ya estaba cansado de tanta arrogancia.

-Define “televisivo”.

El tipo mareó la perdiz un rato, pero lo cierto es que no tenía manera de explicarlo. Al final, admitió cuál era la raíz del problema.

-Fíjate en su currículum: ¡no ha hecho más que series de televisión!

Acabáramos. El Gran Estigma, La Bestia Negra, la Némesis del Guionista de Cine: la pequeña pantalla. La caja tonta. La tele. Por increíble que parezca, sigue habiendo gente que considera una deshonra, y una irrefutable prueba de ineptitud, el haber escrito para la televisión. Lo paradójico es que, cuando se habla del pasado de un escritor, nunca se deja pasar la oportunidad –si la hay- de mencionar que desempeñó “los más diversos trabajos”: camarero, chófer, sexador de pollos, telefonista y fontanero. Todo eso se considera una enriquecedora experiencia vital que, sin duda, añade hondura a su voz narrativa. Ahora, si has trabajado en 20 y tantos, Ana y los 7 y El Súper eres un gilipollitas incapaz de escribir una película.

Que alguien me lo explique. ¿Por qué insisten ciertos profesionales en ver a la televisión como una especie de tercera regional? Quizá por miedo. Tendría su lógica, dado que la popularidad de las series nacionales es bastante superior a la de las películas. Pero aunque no fuera así, pensar que un guionista profesional de televisión no puede escribir cine es, lisa y llanamente, una gilipollez.

Y no lo digo yo: lo dice la historia reciente del cine español. Porque, si no me falla la memoria, uno que escribía en Al Salir de Clase hizo La Noche de los Girasoles.

Una que firmó capítulos de El Comisario y Manos a la Obra hizo A mi Madre le Gustan las Mujeres.

Uno que curraba en Turno de Oficio hizo Los Lunes al Sol.

Y una guionista de La Casa de los Líos ganó el Goya con el guión de La Buena Estrella, y ahora dirige la Academia de Cine.

Curiosamente, el silogismo sí funciona al revés. Cualquier coordinador de guión temblará si le colocan en el equipo a un guionista que sólo ha trabajado en cine: con esos tiempos dilatados, con esas revisiones eternas, con esa libertad inconcebible en el número, duración y localización de escenas. Puedo decir por experiencia que muchos “artistas” del cine no sobrevivirían ni quince días a la vertiginosa marcha de producción de una serie semanal. No digamos una diaria. Aún hay guionistas que recuerdan la penosa experiencia de trabajar a las órdenes de cierta “estrella” del guión cinematográfico, que fue contratada por su prestigio para coordinar cierta serie, y no había manera de diseñar más de dos escenas por día... Cuando la media eran veinte.

Muchos de esos “artistas” todavía no se han dado cuenta de algo: esto es una profesión. También es un arte, y una industria. Pero la figura del guionista profesional existe. Que algunos directores y productores no quieran verlo, entre otras cosas porque los profesionales insistimos en cobrar por nuestro trabajo, vaya y pase. Pero que supuestos “expertos” tomen esa profesionalidad por un defecto, en lugar de una virtud, eso clama al cielo.

Por cierto: el guión fue seleccionado. Por mis cojones, vamos.

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