(Publicado originalmente el 9.6.2007)
Supongo que todos ustedes conocen esa franquicia norteamericana donde el café es más caro que en ningún sitio, insisten en escribir el nombre del cliente en el vaso, y las cucharillas son palos.
Es una franquicia. En eso estamos de acuerdo, ¿no? Puede que carezca de alguno de los defectos del “bar de viejos” español: tragaperras, una alfombra de servilletas y palillos, televisor, humareda, olor a fritanga... Pero a cambio, es impersonal, y cada elemento que intenta aportarle carácter queda ridiculizado por el hecho mismo de estar repetido en miles de sucursales por todo el mundo.
No hay nada más patético en el mundo occidental que intentar identificarse con un local determinado de una franquicia. No hay nada más lamentable en el Occidente capitalista que preferir un Starbucks a otro Starbucks.
Pausa. Rumien esto durante un par de segundos, aprovechando este párrafo tautológico que les escribo aquí a tal fin, y cuando hayan acabado de rumiar, miren la siguiente imagen.
En efecto: es casi la misma que la que ilustraba el post anterior. Con una leve diferencia.
A continuación, les dejo una facilísima prueba de agudeza visual, dedicada a todas las almas cándidas que insisten en encontrar diferencias entre su periódico (el de los buenos) y el otro periódico (el de los malos).
Tengo malas noticias para vosotros, amigos. Os han tenido hipnotizados: todos los Starbucks son iguales. Cuando cuente hasta tres, despertaréis.
Uno:
Dos:
TRES:
(Gracias, :rafa)
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