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MANUAL DE SUPERVIVENCIA PARA GUIONISTAS / 5

(Publicado originalmente el 27.10.2006)


Todos los guionistas que conozco están de acuerdo en que el guión es la pieza fundamental de una película, o una serie. Toda la gente sensata que conozco está de acuerdo en que se puede hacer una mala película con un buen guión, pero jamás se podrá hacer una buena película con un guión malo. Y casi todo el mundo que conozco coincide en que el problema del cine español es la escasez de buenos guiones.

Mezclando esos ingredientes, a mí me sale una receta muy clara: los guionistas somos gente importante, fundamental, indispensable. Los primeros protagonistas de la peli. Somos esos tipos que, si apagan el ordenador y se quedan sin trabajar, dejan sin curro al resto de la profesión.

Pues bien: hay un espacio concreto en el que un guionista español se olvida de eso. Sí: un lugar bien definido en el que escritores adultos, capaces de crear diálogos vibrantes; de imaginar historias aterradoras; de proferir los más ingeniosos sarcasmos, se empequeñecen hasta su mínima expresión, y se hacen vulnerables al más mendaz de los paternalismos, convertidos de pronto en una especie de versión adolescente y cobarde de sí mismos.

Ese sitio no es otro que el despacho de un productor.

No conozco a un solo guionista al que no le hayan hecho una o más de estas cosas en una productora: robado o plagiado una obra; omitido en títulos de crédito que legítimamente le correspondían; dejado dinero a deber indefinidamente; reescrito una obra sin avisar; reescrito la obra sin motivo expreso; gritado; amenazado; insultado; y/o pagado cantidades escandalosamente inferiores a las que percibían otros guionistas por el mismo trabajo.

A todos los guionistas les ocurren estas cosas alguna vez. A casi todos, les ocurre más de una vez. En mi opinión, esa tolerancia al puteo se debe, o bien a la ignoracia, o bien a una conjunción de dos factores: ingenuidad e inseguridad. La ignoracia se cura la primera vez que te dan por el saco, pero la ingenuidad y la inseguridad, generalmente, no se llegan a curar nunca. Sin embargo, sus nocivos efectos sobre nuestra cuenta corriente se pueden paliar siguiendo estos sencillos consejos:


• No firmes jamás un contrato en el despacho del productor. Llévatelo a casa, léelo con calma y, sobre todo,

• Busca asesoría legal para todos tus contratos.


Sé que muchos de los que leen esto piensan que, cuando a uno le ponen un contrato bajo las barbas, lo mejor es firmar antes de que se arrepientan. Eso es inseguridad. Léete otra vez los dos primeros párrafos del post, ¿quieres? Ellos te necesitan a ti, como mínimo, lo mismo que tú a ellos.

Sé que muchos pensarán: si me pongo farruco, igual pierdo la oportunidad. Eso es ingenuidad. Pues yo les digo: oportunidad ¿de qué? ¿De que te estafen? Ningún empresario decente tiene el menor problema en que te leas el contrato con calma, y hagas tus sugerencias. Por si alguien no lo ha notado, un contrato es un acuerdo entre DOS partes. ¿En qué cabeza cabe que una de las partes no pueda leerse el contrato en casa? O dicho de otro modo: ¿cómo puede nadie confiar en un tipejo que te dice: firma ahora o nunca? ¿Qué clase de películas de mierda puede producir alguien que maneja esa retórica mafiosa?

Sé que unos pocos pensarán: en Globomierda hacen eso. Te ponen el contrato encima de la mesa y te dicen que son lentejas. Pues bien, grumetes, escuchad la voz de este viejo lobo de mar: hay muchas maneras de ganar una partida de poker. Una de ellas es farolear, y suele funcionar muy bien con jugadores que no tienen un duro: como no pueden arriesgarse, y no van.

A todos los que hayáis firmado un contrato bajo la amenaza de ahora o nunca, os receto ahora mismo veinte flexiones diarias y dos tardes semanales jugando al poker. La próxima vez, apostaréis más fuerte que ellos, y ganaréis.

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